Los padres de los 43 desaparecidos, a causa del Narcotráfico en México, encabezan una marcha multitudinaria en el DF
Pasadas las cuatro de la tarde hora local, arrancó en la sede presidencial de Los Pinos la tercera gran manifestación ciudadana por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa el 26 de septiembre. La marcha pacífica se dirigió al Zócalo, plaza principal de la capital y centro simbólico del país, y ocupó gran parte del Paseo de la Reforma, una avenida nuclear de la ciudad. Todo indica que ha alcanzado un volumen de decenas de miles de personas, sobre todo estudiantes universitarios.
“¿Por qué-por qué-por qué / por qué nos asesinan / si somos la esperanza / de América Latina?”, cantan los estudiantes. “¡Ayotzi vive, Ayotzi vive, Ayotzi vive y vive-la lucha sigue y sigue!”. El predominio de los estudiantes ha sido abrumador frente a la presencia aún discreta del ciudadano medio, del trabajador, del funcionario, del profesional liberal, de familias, aquellos sectores que, unidos al creciente impulso estudiantil, podrían hacer que las protestas actuales alcanzasen un nivel mayor de masa crítica. La indignación es notable y masiva, pero parece que de momento no ha roto diques.
“Este caso ha removido conciencias, pero todavía no es suficiente la respuesta», dice Ilda Rosales, una profesora de 52 años que participa en la marcha con su hija Silvana, estudiante de cine. Detrás de ellas avanza una pancarta blanca con grandes letras negras en la que se lee: “El Estado ha muerto”. Silvana explica que los muchachos que llevan ese cartel son parte del “contingente” de escuelas de arte -un concepto organizativo que remite más a la disciplina marcial que a la rebeldía social, pero así se organizan las marchas masivas en México: por contingentes-. Su madre opina que falta que más gente de su generación se sume al movimiento, y cree que una de las razones de que eso no ocurra aún en mayor medida se debe a que a través de la televisión, el medio de más influencia en todo el país, se transmite “un discurso de conformismo y pasividad”.
“Aquí estamos, pegándole. Ayotzinapa está abriéndole los ojos a mucha banda”, dice Ana, estudiante de 16 años de Procesos Industriales en el Instituto Politécnico, un centro público de tradición reivindicativa, como demostró en octubre con una serie de marchas en contra de la reforma educativa del actual Gobierno, que acabaron provocando que el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, bajase de su despacho a la calle para atender sus reclamos. A la izquierda de Ana hay un pequeño cartel en manos de otra joven: “Seguimos en pie, por la sangre de nuestros compañeros”.
Las marchas no están siendo canalizadas por partidos políticos. El caso Iguala, ocurrido en la zona de Guerrero, un Estado gobernado por la izquierda, el PRD, dentro de una República dirigida por un partido de centro, el PRI, ha potenciado en la opinión pública la idea de que la corrupción que aqueja al país hunde sus raíces en todas las formaciones.
A la cabeza de la marcha están los alumnos de la mayor universidad pública de México, la UNAM; los del Instituto Politécnico, las escuelas de Magisterio rurales y los de la Universidad Iberoamericana, un prestigioso centro privado. Estas universidades han decidido hacer paros desde este miércoles hasta el viernes. El movimiento también incluye organizaciones sociales, sindicatos, colectivos de artistas o miembros críticos de la Iglesia.
Sobre las siete de la tarde la manifestación llegó al Zócalo y ahí hablaron los familiares de los desaparecidos, que vienen y van desde la Escuela Normal de Ayotzinapa (donde estudiaban los desaparecidos) hasta la capital de la República para reforzar con su presencia los actos de protesta. Unas ocho horas de camino ida y vuelta para tratar de que México no pierda el pulso de la tragedia. Detrás del estrado principal estaba sentado Víctor Alfonso, 16 años, hermano de uno de los desaparecidos, Jesús Govany Rodríguez Tlatempa. “Me siento con mucho rencor. Sobre todo con el presidente Abarca”, dice aludiendo al exalcalde de Iguala recién detenido. “A veces me siento adolorido porque no tengo cerca a mi hermano. Quiero ir a buscarlo. O matar al que le hizo eso a mi hermano”.
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